Trabajo sobre 'El hombre que confundió a su mujer con un sombrero' de Oliver Sacks, por Vanessa B. W.
El caso que se trata en esta parte del libro es especialmente curioso.
Una paciente con parkinsonismo postencefalítico progresivo de sesenta y pocos años, que llevaba hospitalizada veinticuatro en una especie de trance oculogírico, empezó un tratamiento con un medicamento llamado L-Dopa. Al principio, este revolucionario tratamiento permitió que su movimiento y habla fueran casi normales. Sin embargo, pronto comenzaron otros efectos. La paciente parecía recordar, milagrosamente, eventos de su juventud en los años 20, así como comportamientos, coloquialismos obsoletos, canciones, chistes, que parecían haber estado reprimidos desde que se presentó la enfermedad. Dada su agitación, los médicos se vieron obligados a reducir la dosis de L-Dopa, y la paciente volvió a olvidar todos aquellos recuerdos lejanos.
La enfermedad de Parkinson es un trastorno neurodegenerativo, es decir, provoca la muerte progresiva de las neuronas de las distintas estructuras nerviosas. Así pues, la pérdida de memoria se presenta como parte de ese proceso. Por otra parte, aunque puede parecer lo mismo, el parkinsonismo es una manifestación de la enfermedad de Parkinson o incluso de otra dolencia (por ejemplo, una encefalitis o inflamación del cerebro), así que se trata de un síndrome.
La L-Dopa, originalmente llamada levodopa, actúa en el sistema nervioso central, ayudando a metabolizar la dopamina, un neurotransmisor que hace las funciones de mensajero entre neuronas, controlando las respuestas mentales, emocionales y motoras. En el caso de esta paciente, sus efectos pueden producir una recuperación asombrosa de estímulos, vivencias, conductas, etc. Aunque hay que tener en cuenta que, acompañada de éstos, se produce también una excesiva agitación, una euforia que puede costar manejar después de tanto tiempo sin haber experimentado tan alto nivel de claridad mental y movilidad física.
Esta enfermedad llega a ser tan incapacitante que supone un inmenso deterioro en la calidad de vida de los que la padecen, afectando no sólo a su día a día, sino también a sus familiares y allegados, ya que necesitaran ayuda y cuidados para muchas, si no la mayoría, de sus tareas cotidianas.
Las enfermedades mentales son un asunto muy serio. Hoy día parecen estar cobrando la importancia que merecen, creándose campañas de concienciación sobre temas que antes hubiesen sido tabú, como por ejemplo el suicidio.
Es fácil que éstas pasen desapercibidas pues vivimos en una sociedad en la que se valora más la productividad que el interior de nuestra mente, un lugar del que nunca salimos, que abarca toda nuestra realidad, y que muy fácilmente puede ser distorsionada por pensamientos negativos intrusivos que provocan ansiedad, baja autoestima, depresión...
Ante cualquier síntoma que se vuelva crónico y pueda llegar a impedir el desarrollo de una vida normal, el individuo debe plantearse acudir a un profesional, recurso que en la actualidad se está normalizando, pero que ha sido rechazado durante décadas.
Es hora de empezar a anteponer nuestra salud mental a las expectativas, al dinero, al éxito...
Y saber que no es malo pedir ayuda.
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